El EMBALSE DE MARÍA CRISTINA
(Castellón)
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Un pantano que se vació, Un responsable de la C.H.J. que NO PIENSA DIMITIR, y una serie de "expertos" ingenieros, que tal vez deben haber conseguido el título en una tómbola.
(El Responsable que no dimite)
Juan MANUEL ARAGONÉS, Presidente de la Confederación Hidrográfica del Júcar
LA MADRE DE TODAS
LAS CHAPUZAS
TXEMA RODRÍGUEZ.
Castellón
El agujero abierto por el agua en el pantano de María
Cristina ha convertido a Castellón en el punto de mira nacional como escenario de un
sainete de continuas chapuzas. Con la reclamación del trasvase del Ebro como telón de
fondo, el embalse ha perdido toda la que almacenó en poco más de dos semanas mientras se
sucedían intentos fallidos por tapar la fuga, trabajos sombreados de ridículo una vez se
supo que se quería$tapar un agujero equivocado y coronados por la caída de una grúa al
fondo. La Confederación Hidrográfica del Júcar ha logrado en este episodio encadenar
pifia tras pifia, convertir el trabajo en causa de risa, y recuperar para la actualidad el
tópico de lo hispánico como sinónimo de torpeza. Sólo ha necesitado un agujero, una
tubería, una reja, una bola y, como artista invitada, una grúa que, tal vez, quiso
mostrar cómo se tapa de verdad un agujero. Unos expertos han sido, es cierto, pero en
aplicar la primera ley de Scott: «Lo que va mal, por lo general, tiene aspecto de
funcionar bien».
Una construcción azarosa
Si se mira bien, la historia de este pantano siempre ha sido
un poco chapucera. Comenzando por su construcción (las obras se inauguraron el 9 de enero
de 1901 y hubieron de pararse al poco tiempo por falta de liquidez del promotor de la
idea, Antonio Barrachina) y siguiendo por su estreno. Nunca fue lo que de
él se esperaba y ya en 1926 se comprobó que perdía, a causa de la formación de su
subsuelo, cerca de un 60% del agua que embalsaba; además, muy pronto llegó a acumular
hasta nueve metros de lodos que inutilizaron la compuerta de fondo antes de que llegara a
cumplir su objetivo.
Un siglo después, parece existir un mal fario al que han de
acudir sin remedio quienes intentan explicar lo sucedido, una superstición tan hispánica
como la sucesión de fiascos que tienen como productor ejecutivo a la Confederación
Hidrográfica del Júcar, dirigida por Juan Manuel Aragonés, y como
protagonistas a técnicos, trabajadores, expertos y demás. Personajes parecen extraídos
de aquellas películas donde el español construía cohetes que reventaban al poco de
despegar o intentaba congraciarse a la turista de turno con un dudoso conocimiento de
otras gramáticas. La confederación confió, como remedio al agujero causado por la
avenida del 24 de octubre, en que la fe en el remedio bastaba para asegurar su eficacia.
El Embalse de Mª Cristina con la situación de la presa y aliviadero marcada en amarillo |
No era tanta la fe, sin embargo, la de quienes revivieron
aquella noche el fantasma de Tous. El desbordamiento de la presa fue el testigo de la
dimensión del temporal que dejó caer sobre la provincia hasta 500 litros por metros
cuadrados en pueblos de las comarcas del norte, como Fredes. La aparición de una tromba
de agua en la parte baja de la presa hizo saltar las sirenas y movilizó a los
responsables políticos, hasta el nivel del secretario de Estado de Aguas y Costas, Pascual
Fernández, quien sobrevoló en helicóptero la zona siniestrada y dio las
primeras pistas equívocas sobre la razón del desastre. Vecinos de Almassora y Vila-real,
residentes en zonas en las que una avenida de aguas descontrolada podía ser una fuerza
del infierno, se vieron impelidos a abandonar sus hogares durante una larga, larguísima,
noche.
«Benito y compañía»
La grúa en el fondo del pantano |
Pero nada. Ya dice Eliseo, el pantanero, que es embolador de
toros en su tiempo libre, que este asunto pintaba feo desde que se arrancó y que cuantas
más ganas tenía el personal de que se acabara, más oscuro se ponía. Primero el agujero
en sí mismo considerado, después la tubería de 27 metros (el 30 de octubre), luego la
reja (al día siguiente), más tarde la bola (el 8 de este mes) y, de guinda, la grúa. El
viernes. Y no se ha matado nadie de milagro.
Los remedios, es sabido, han sido inútiles. Entre otras
cosas porque se intentó, primero, tapar un agujero equivocado y, después, porque no se
pudo sellar el que sí resulto ser. Los cálculos estaban equivocados. Era cuestión de un
par de metros más abajo y de saber que por aquel lugar había una acequia en la que no se
reparó o no se quiso reparar, o se pasó por alto que ya vale cualquier hipótesis porque
lo que queda, según confesión de un operario compungido, es que «esto parece Benito y
compañía. Luego entra uno al bar del barrio a tomar el carajillo y no veas el
descojono». Si se resume lo ocurrido en una película, se llega a la conclusión de que
una grúa de gran tonelaje enterrada en el lodo es una gran metáfora porque, a fin de
cuentas, resume una historia en la que el final siempre ha sido imprevisible.
Y todo era cuestión de una acequia que no viene en los planos del pantano, o esa es la última razón esgrimida desde la confederación, tal vez para quitarse de encima un problema que no han sabido, no han podido, resolver en forma y tiempo, como se esperaba de ella. Dicen los viejos consultados que la razón por la que se construyó la acequia causante del cúmulo de desgracias no fue otra que permitir el riego mientras se hacían las obras. Algo lógico si se tienen en cuenta algunos datos: a) la obra tardó veinticinco años en concluirse, b) era necesario que el agua llegara a los huertos y c) el líquido había de pasar por algún sitio. Después, cumplido su propósito, el agujero se tapó (bien o mal, según se mire, porque hasta el día de autos aguantó dos desbordamientos, años 1920 y 1962) y allí estuvo esperando hasta que no pudo más y reventó con el resultado conocido. Aragonés no deja se ser curioso el apellido aseguró el viernes que no consta en ningún plano y que también se había perdido la tradición oral al respecto, aunque no explicó cómo, de pronto, volvió a cobrar actualidad.
A estas alturas, y volviendo al guión de la que sería una
producción de serie B, pasados los momentos de zozobra que siguieron al desbordamiento y
las horas en que los políticos en chubasquero acudían al lugar, se iniciaron los
trabajos. Se impuso entre los expertos la hipótesis de la tubería rota y se decidió que
contra una lo mejor era otra, destinada, sin saberlo, a tapar algo que no estaba
destapado. Después de comprobar que aquello no funcionaba se midió (mediante un cable
que hizo de guía y atravesó el embalse de un lado a otro) una distancia que, por lo
visto, no era la correcta. Fracasó la rejilla que iba a ser recubierta de sacos porque
reventaban como pelotas nada más entrar en contacto con el agua y fracasó la bola,
aunque dicen los ingenieros que donde esté una bola que se quite todo lo demás; y que lo
digan, que la bola fue que ya sabían que el agujero estaba más abajo y no dijeron nada
por si el asunto quedaba tapado. Pero no lo hizo y, en éstas, cuando ya el agua estaba
perdida, se cayó la grúa.
El trasvase, en la picota
Es lo que ocurre con las películas, que empiezan bien
(Castellón, hay sequía, el embalse está vacío y la población quejosa por la falta de
recursos hídricos. Entonces llueve, y cómo, y se llena el embalse), se complican (se
abre el boquete por donde siempre estuvo, se pierde el agua tan preciada) y acaban mal,
con un trabajador saltando para salvar la vida y no caer con el monstruo de hierro al
fondo, «una grúa que en palabras del gerente de la empresa a la que pertenece (o
pertenecía) es un rolls royce» en este ramo de los vehículos motorizados.
Como la película es buena comenzará en
breve el rodaje de la segunda parte. El guión, en el que se trabaja, sin duda, en algún
despacho de la Confederación Hidrográfica del Júcar comienza con un camión de setenta
toneladas semienterrado en lodo blando sobre un agujero de veinte metros mientras las
previsiones meteorológicas aseguran que lloverá en los próximos días. A muchos
kilómetros del lugar, cerca de Zaragoza, alguien lee (voz en off, fragmento extraído del
manifiesto constituyente de la Plataforma en Defensa del Ebro): «Los grandes trasvases
impulsan una política hidrológica y un modelo de desarrollo insostenible. A menudo se
invocan razones de interés general, e incluso de solidaridad ,
para justificar la derivación de caudales hacia zonas en las que, desde una gestión
inadecuada de sus recursos disponibles, se presentan situaciones de
déficit».
Un artículo de TXEMA RODRÍGUEZ aparecido el 12 de noviembre del 2000 en el rotativo valenciano Levante-EMV, sobre un "escape de agua" en la presa del embalse de María Cristina en Castellón.
Torpes actuaciones las de la C.H.J. en una obra de ingenieria hidráulica que ha llevado a la pérdida total del agua almacenada en el embalse de María Cristina.
Y ahora que tenemos un pantano vacío...
¿hablamos del trasvase para nuevas chapuzas?
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